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El asiento del pasajero

julio 19, 2023

Me encantan los viajes por carretera… aunque la razón por la que los disfruto tanto puede tener mucho que ver con el hecho de que, después de no haber un automovil durante la mayor parte de mi vida adulta, ahora tengo tan poca práctica conduciendo que nadie con una pizca de sentido común me confiaría su vida en la carretera. Es por ello que siempre puedo viajar en el asiento del pasajero.

No estar obligado a dedicar toda mi atención a la tarea de mantener el vehículo en la carretera (en lugar de dejar que siga sus instintos naturales de convertirse en un montón de humeantes hierros retorcidos al borde de dicha carretera), me permite el placer de dejar que mis ojos y mi mente divaguen y exploren el paisaje y sus siempre interesantes detalles.

Curiosamente, a pesar de toda la alegría que me brinda este simple pasatiempo, creo que soy parte de una muy pequeña minoría que lo disfruta. La mayoría de mis compañeros de viaje parecen preferir la charlas incidental, los libros, las revistas o incluso siestas inquietas como medio para soportar el aburrimiento de lo que, al menos para ellos, no es más que el tiempo que se les impone para llegar del punto A al punto B en el mapa.

Quizás el que esto ma ha convertido en una especie de testigo solitario del viaje es lo que me ha permitido advertir un curioso fenómeno que he llegado a describir con cariño como los guiños del camino.

A veces, mientras viajo por una ruta muy conocida y familiar, de pronto mi vista nota detalles perfectamente claros pero totalmente desconocidos. Estos pueden manifestarse de muchas formas. A veces como una construcción inusual, otras veces como una formación rocosa o un árbol de formas interesantes, algo perfectamente normal en apariencia excepto por estar totalmente fuera de contexto con su entorno.

Cualquiera que sea la forma que elijan, estos fenómenos siempre comparten algunas características muy específicas. Siempre aparecen repentinamente, justo después de una curva cerrada, inmediatamente al pasar una colina empinada, apenas fuera de un túnel, y durarán lo suficiente como para verse claramente, pero desaparecerán exactamente antes de que puedas echarles un segundo vistazo.

Hasta este punto, pueden parecer nada más que anomalías fortuitas, cosas completamente normales que simplemente se encuentran en un lugar inusual. Lo que los hace únicos es su tercera y más intrigante cualidad compartida. No importa cuántas veces pases por el mismo camino o qué tan bien recuerdes cada detalle de su ubicación, nunca podrás volver a encontrarlos.

¿Esa antigua torre de la iglesia ahora fusionada con una casa moderna? ¿La que está en la ladera de esa verde colina frente al primer pequeño pueblo justo después de la tercera caseta de peaje a la salida del paso elevado interestatal? ¿Esa que era tan bellamente inusual que realmente querías fotografiar cuando volvieras a verla? Nunca ha estado allí.

El paso elevado, la caseta de peaje, el pequeño pueblo, la colina… incluso la anciana que vendía quesadillas en el porche delantero de su casa que viste la primera vez… todos estarán allí, exactamente donde los recuerdas. Lo único que claramente falta es la torre. En su lugar, ni siquiera hay un conspicuo hueco en forma de torre, solo los mismos viejos árboles frondosos que siempre han cubierto la colina desde que todos en el pueblo recuerdan.

Aunque al principio me desconcertaban, eventualmente comencé a ver estas intermitentes rarezas como una especie de pequeño guiño, un sutil e íntimo gesto de familiaridad compartida.

Hay un lugar en el fondo de mi mente donde las carreteras son solo la forma que elije alguna vieja raza de seres inter-dimensionales para pasar tranquilamente desapercibidos su tiempo libre entre las eras cósmicas. En este lugar imaginario, cada vez que estos seres se aburren, se divierten guiñando el ojo discretamente a los viajeros que pasan y sonriendo cada vez que, de vez en cuando, uno de ellos les devuelve el guiño.

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