«¿Por qué me odias tanto?» Pregunta con voz ronca.

«No te odio.» Responde la tranquila voz en su cabeza.

«¡MENTIROSA!» Grita, rompiendo el frío espejo de un puñetazo.

«¿Qué te hace pensar que te odio?» Pregunta un centenar de fragmentos ensangrentados esparcidos sobre los mosaicos del piso.

«Siempre estás ahí adentro, observando en silencio, juzgando cada movimiento que hago.»

«Puede que no esté de acuerdo con muchas de tus decisiones, pero eso no quiere decir que te juzgue por tomarlas.»

La toalla blanca alrededor de su mano comienza a teñirse de rojo.

«Deberías ir al médico para que te revise. Algunas de esas cortadas parecen bastante profundas.» La voz es suave y tranquila, como siempre… pero aun así le provoca escalofríos.

«¡Deja de decirme qué hacer!» Dice, azotando la puerta del baño al salir, esperando que esto silencie la voz en su cabeza aun sabiendo que eso es imposible.

«Por favor, solo estoy tratando de ayudarte.»

«Estás tratando de controlar mi vida. Como siempre lo hiciste, como siempre lo has hecho.»

«Solo lo hago porque te amo.»

«Nunca me amaste, siempre me decías cómo ser y qué hacer. Tratando de convertirme en una copia de ti.»

«Por supuesto que te amo. ¿Te habría dado mi corazón si no fuera así?»

«¡Maldito sea ese estúpido trasplante! ¡A la mierda con esos estúpidos médicos! ¡Maldita seas tu por tener ese estúpido accidente justo cuando mi cuerpo necesitaba un corazón nuevo!»

«Pero te devolví la vida. Todavía estás aquí, estás sana y tienes la oportunidad de vivir una vida larga y maravillosa en lugar de verla pasar desde una cama de hospital. ¿Qué más quieres?»

«¡Quiero vivirla yo misma a mi manera, sin el maldito fantasma de mi hermana gemela metido en mi cabeza intentando vivirla por mí!»

La voz empieza a retraerse, volviendo a algún rincón profundo de su mente. Sabe que no permanecerá allí por mucho tiempo, pero al menos por unos momentos puede vivir su propia vida. Puede disfrutar del silencio.