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Señales de advertencia

octubre 18, 2024

Realmente no quedaba mucha evidencia para examinar, ni siquiera estaba seguro de si valdría la pena escribir un informe.

Por lo visto había sido un impacto directo. El fuego traspaso sin problemas las placas de acero de diez centímetros que los tontos habían intentado usar como blindaje.

Caminó alrededor del cascarón carbonizado y retorcido de lo que alguna vez fue un carro de guerra. Por su tamaño y configuración general, debía haber transportado una tripulación de cuatro, cinco si es que tenía una torreta.

Sabía que difícilmente encontraría restos dentro, el calor había sido demasiado intenso.

Siguió las huellas hasta el lugar donde habían embestido la valla perimetral, pasando por encima de las señales de advertencia.

Sacudió la cabeza. ¿En qué demonios estaban pensando? Sus ojos siguieron las huellas que subían por la colina más cercana hasta que encontró lo que buscaba.

Un pendón dorado y rojo con un jabalí plateado ondeaba perezosamente con la brisa. La casa de Ulrich. Al menos sabía a quién avisar.

Esta moda se estaba saliendo de control. Estaba empezando a cansarse de tener que limpiar el lío que dejaban detrás estos jóvenes y estúpidos caballeros intentando ganar el corazón de alguna dama –o más probablemente la entrada a su dormitorio– impresionándola con «un acto de valentía».

Pequeños mocosos mimados, tan seguros de que el tesoro de su padre será suficiente para evitar cualquier consecuencia de sus tonterías. Adivina qué, junior… hasta el más hábil nigromante necesita al menos un pequeño pedazo de tu cuerpo para poder traerte de vuelta de la muerte.

Llamó a los duendes de mantenimiento y los dejó reparando la cerca.

Su familiar se encargaría de devolver el pendón, junto con la nota habitual explicando cómo el valiente (príncipe/caballero/heredero) de tal o cual casa noble encontrado galantemente la muerte al luchar con valentía contra un poderoso enemigo.

Por supuesto, era pura mierda de troll, pero sonaba mucho mejor que decirles la verdad.

Perdido en sus pensamientos, de pronto notó que estaba parado sobre el cartel de advertencia. Con un gesto lo envió volando de vuelta a su lugar en lo alto de la valla. Lo leyó de nuevo, preguntándose qué parte les resultaba tan difícil de entender.

«Tened cuidado todos aquellos que temáis a la muerte, todo aquel que pase más allá de este punto seguramente la encontrareis, pues aquí hay dragones».

Sacudió la cabeza. Tal vez un simple «PELIGRO, Dragones, prohibido el paso» le habría resultado más fácil de entender a sus estúpidas cabecitas.

El homúnculo dentro de la jaula dorada en su cinturón despertó y gritó una alerta, había una alarma de intrusion en la cerca este, justo al lado del pozo del Leviatán.

«Niños estúpidos», pensó. «A estas alturas esperaría que ya hubieran aprendido a no meterse a mi jardín».

Suspiró, extendió sus alas, y se lanzó volando hacia otro desastre más que debía limpiar.

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