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Deriva

agosto 9, 2024

El barco se mecía suavemente con la marea. Tomó un trago de cerveza fría y revisó las lecturas en los indicadores. Noventa y dos punto seis, ochenta y tres punto cuatro… anotó meticulosamente todas las cifras en la bitácora.

Cuando llegó aquí, había odiado la monotonía de esta misión. Días interminables con poco más que mantener actualizados los registros y, una o dos veces al mes, una inmersión para limpiar y comprobar los sensores. Qué extraño le resulaba ahora tener que contener las lágrimas ante la sola idea de marcharse.

Este era su hogar… al menos en eso se había convertido después de los últimos dos años. Y ahora, nuevamente, estaba a punto una vez mas de ser arrancada de raíz.

En el fondo sabía que no tenía derecho a sentirse así. ¿Acaso no se había unido al proyecto para conocer el mundo? Pero esa había sido una versión más joven e impulsiva de sí misma.

Había estado tan emocionada con su primera misión en desierto. Se enamoró profundamente de las rojas arenas, de sus ardientes atardeceres y sus noches claras y estrelladas… lloró durante días cuando la arrancaron de ahí para enviarla a las montañas.

Las montañas eran tan duras y frías. Al principio las había odiado, eran tan diferentes y extrañas… pero con el tiempo comenzó a apreciar los imponentes picos blancos. Había empezado a sentirse como en casa… hasta que se esfumaron con la llegda de nuevas órdenes.

Anotó los últimos dígitos en la bitácora y tomó otro largo trago de cerveza. Mañana todo volvería a desaparecer.

Todavía estaba oscuro cuando se levantó. Al menos tenía derecho a decir adiós. Cuando subió a cubierta, el sol era apenas un resplandor distante en el horizonte. Observó en silencio cómo los rayos dorados comenzaban a brillar sobre las aguas… era tan hermoso aquí. Justo cuando una suave brisa comenzó a soplar, sintió un extraño hormigueo en la piel… luego todo comenzó a desvanecerse. El sol, el mar, el barco, ella misma… todo se transformó en una mancha pixelada mientras las voces en su cabeza se hacían cada vez más claras.

«¿Jane?» Susurró una suave voz desde algún lugar por encima de su cabeza. «Jane. ¿Cómo te sientes?»

Quería llorar, contarles de su angustia, hacerles saber sobre el dolor de sus raíces rotas… en lugar de ello, tan solo respondió con calma. «Estoy bien, Doctor Spencer. Tan sólo un poco desorientada».

«Está bien, Jane. Salir del enlace sensorial a veces puede ser difícil».

El rostro se volvió cada vez más claro, al igual que los racks de cables y equipos electrónicos en el techo detrás de él.

«¿En cuánto tiempo podré volver a salir?» Preguntó, mientras la mesa se doblaba suavemente hasta convertirse en una silla de ruedas debajo de ella. «No durante al menos un par de días». Respondió el hombre de blanco. «Necesitas descansar antes de tu próxima misión».

«Dos días», pensó, presionando el joystick para maniobrar la silla hacia el pasillo. Al pasar por las puertas de cristal, pudo ver a una mujer delgada y torcida en una silla de ruedas, obsevándola desde su propio reflejo.

No tenía raíces, no tenía hogar. Nada a qué aferrarse excepto la certeza del cambio. Era doloroso vivir la vida a través del cuerpo prestado de otras personas, disfrutando de sentimientos y sensaciones que su propio cuerpo nunca podría experimentar… pero era aún más doloroso tener que volver.

Al menos mientras estaba conectada a la máquina podía sentirse viva.

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